Siguiendo a Cristo más de cerca y amándolo intensamente, las monjas con una vida que se inspira en las beatitudes evangélicas, tienden a la perfección de la caridad, en la alegría de la entrega total para la gloria de Dios y la salvación de los hermanos.
Dios ha amado tanto el mundo que nos ha dado a su Hijo Unigénito (Gv. 3, 16) a fin de que, en el misterio de la Encarnación redentora, todos los hombres revestidos por Cristo, recibieran la adopción como hijos y se convirtieran en una sola persona en Él (cfr. Gal. 3, 26-28).
Las monjas han sido llamadas para realizar el ideal propuesto por la Beata Madre Fundadora en perfecta comunión de vida, como una verdadera familia llena de alegría por la presencia del Señor, puesto que como Él mismo dice: «Donde dos o más personas están reunidas en mi nombre, allí estoy yo entre ellas «(Mt.18,20).
En el Orden, entre las monjas, por fuerza de su profesión, subsiste una única categoría y una verdadera igualdad en la dignidad y en el actuar, y por esta igualdad todas cooperan en la edificación del Cuerpo de Cristo y en el bien de la comunidad y del Orden, según la condición y las tareas de cada una (cfr. can. 208).
Cada una pondrá en común los dones que por naturaleza y por gracia ha recibido para el bien de todas, cooperando responsablemente y en religiosa armonía con la intención de florecer en una vigorosa vida comunitaria, de forma que «…No existan divisiones en el cuerpo, pero que los miembros sean solícitos unos de otros» (1 Cor. 12, 25).
La vida comunitaria, bajo la guía vigilante y premurosa de la Madre Priora, procede serena y proficua, en la variedad de los dones y de las tareas, y las monjas cooperan para crear la atmósfera de simplicidad, de alegría, de humildad, de amorosa solicitud que reinaba en la Familia de Nazareth, su ejemplo, abrazando generosamente con Jesucristo la cruz de cada día.
La vida comunitaria, alimentada con la oración, crece y se refuerza con la meditación de la Palabra de Dios.
Se actúa en la participación activa en la Liturgia, sobre todo en la celebración del Misterio Eucarístico, en el que por medio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, las monjas se unen y Él está entre ellas.